6 de noviembre de 2012

Intelecto vs. Alzheimer


¿Cómo prevenir el alzheimer? La respuesta la tienen 678 monjas y un científico. Las monjas eran las hermanas del Convento de Notre Dame, en Mankato, Minnesota, un grupo de mujeres particularmente longevas y lúcidas.

El científico, David Snowdon, del Centro Geriátrico Sanders-Brown de la Universidad de Kentucky, evaluó el rendimiento cognitivo de las hermanas y analizó sus cerebros post-mortem. Sus hallazgos fueron sorprendentes. En los cerebros de muchas de estas mujeres aparecían los signos patológicos típicos de la enfermedad de Alzheimer.
Sin embargo, esas mismas mujeres habían mostrado una lucidez en los últimos años de su vida aparentemente incompatible con los síntomas que asociamos a esta enfermedad.

¿Qué podía explicar esta discrepancia? Una vida llena de experiencias y estimulación intelectual parece estar en la clave de lo que hoy se denomina reserva cognitiva. La reserva cognitiva es la capacidad de sacar el máximo rendimiento a nuestro cerebro.

Gracias a una propiedad cerebral conocida como plasticidad, el cerebro, nuestro 'órgano jefe', es capaz de cambiar y modificarse incluso en la vejez. En el caso de las hermanas de Notre Dame, su labor docente, un estilo de vida activo y hábitos saludables parecían ser una combinación poderosísima contra la amenaza del alzhéimer.

En contra de lo que se pensaba tradicionalmente, los hallazgos científicos nos dicen que en la madurez también se generan nuevas neuronas y se establecen nuevas conexiones entre ellas. Esta es la base del aprendizaje.
Usar estrategias como la organización y asociación de la información, el empleo de listas o el uso de agendas son algunas opciones para mejorar nuestro funcionamiento. Además, aprovechando el auge de las nuevas tecnologías, se han desarrollado programas más completos de entrenamiento cerebral.

Estos programas persiguen fortalecer nuestras capacidades de atención, memoria, lenguaje, etc., a través de juegos y ejercicios que nos mantengan la mente activa. Nos protegen así de los efectos del tiempo y las enfermedades degenerativas.

Tomado de: http://www.muyinteresante.com.mx/salud/521192/estimulacion-cognitiva-intelectual-evita-alzheimer/

3 de noviembre de 2012

El precio injusto Trucos matemáticos de las tiendas

2x1

Nadie cambia duros por pesetas, y por eso, las ofertas que prometen el doble de un producto por el coste de una sola unidad no siempre suponen un ahorro. Suelen ser productos cuya fecha de caducidad es inminente. Así que al final puedes comprar una docena de yogures que tendrás que consumir en solo dos días.
 
Cuando recorremos los pasillos de un supermercado, o entramos en una tienda de marca, o simplemente leemos el menú de un restaurante, no siempre sabemos interpretar realmente lo que estamos viendo. Especialmente cuando se trata de números. Padecemos una serie de defectos de comprensión matemática que no dependen de cada persona concreta, sino que nos afectan a todos. Son fallos de comprensión que están en la estructura misma del cerebro humano. Y gracias a ellos existen pequeños trucos que pueden inducirnos a comprar un producto creyendo que estamos realizando un gran ahorro, cuando realmente no es así.

Somos malos comparando precios

En efecto: somos retrasados matemáticos. Así como la evolución ha sintonizado nuestra percepción y nuestros sentidos para que podamos diferenciar con facilidad y precisión millones de tonos de color y sutiles matices de sabor y olor, nuestra percepción intuitiva de cantidades, números y relaciones entre magnitudes deja mucho que desear.

El cerebro fracasa de modo sistemático en muchas tareas de comparación cuando se trata de cifras y magnitudes. Veamos una demostración basada en experiencias habituales. Te encuentras ante dos ofertas de detergente. Una te ofrece un descuento del 33% en el paquete habitual. La otra te cobra lo mismo, pero añade un 33% de producto extra. ¿Cuál te conviene más? Rápido, decide, que se pasa el plazo...

La mayoría de las personas responde que las dos ofertas son equivalentes: que un 33% menos de precio equivale a un porcentaje idéntico superior de detergente en el paquete. Pero no es así: un 33% de precio equivale a un 50% de producto. Imaginemos que el paquete es de kilo, y el precio 5 euros. El precio sin oferta es así de 5 euros/kilo. Un 33% del precio serían 1,7 euros, así que la rebaja dejaría el precio en 3,3 euros/kilo. Un aumento del 33% de producto supondría pagar 5 euros por 1,333 kilos de detergente, lo que supone un precio de 3,75 euros/kilo. A primera vista las dos ofertas nos parecen similares, pero la rebaja del 33 por ciento del precio nos conviene más a nosotros y menos al comerciante.

Por eso, los pasillos de tu supermercado están repletos de ofertas del tipo “20% más de producto gratis”. Los vendedores se aprovechan de nuestra confusión. Y no es el único defecto de percepción matemática del que hacen uso los comerciantes. Porque la verdad es que no tenemos ni idea de lo que valen las cosas. Podemos memorizar precios, y hay gente capaz de recordar con detalle de céntimos de euro cuánto cuesta un vestido, una moto, una joya y una botella de raro licor. Pero si conocer precios de venta al público es sencillo, estimar cuánto debe valer un objeto es muy difícil.

Víctimas del número nueve.

Cuando se le pide a la gente que estime cuál debería ser el precio justo de algún producto (un vaso, una prenda de ropa, un mueble, un libro), las cifras varían enormemente. Porque, ¿cuánto cuesta fabricar una silla? ¿Cuál es el precio del papel y la tinta de un libro? ¿A cuánto se vende un ovillo de lana? Desconocemos cuánto cuestan las cosas, de modo que ante un producto acabado, el cerebro tiene pocos datos con los que calcular. Y ahí es donde entra el “anclado” (anchoring, en inglés), un sistema muy utilizado para manipular nuestras perspectivas comerciales.

Lo que hace el cerebro para estimar el valor o precio de un producto es comparar. ¿Y con qué compara? Pues con otro producto que esté cerca, o relacionado; un precio inicial que se convierte en el “ancla” de nuestra percepción de valor. No sabemos lo que cuesta ese jersey, pero al entrar en la tienda hemos visto una chaqueta que costaba 300 euros, y eso ha “anclado” nuestra percepción del precio. Ahora, los 50 euros del jersey parecen baratos, porque estamos comparando con los 300 de la chaqueta. Por eso, en muchas tiendas de lujo lo primero que nos encontramos son productos escandalosamente caros: un bolso de 8.000 euros, un traje de 2.500, una cámara digital de 6.000. En comparación con esta “ancla”, luego la pulsera de 300, la chalina de 250 y el teléfono móvil de 600 parecen tener un precio ridículo. Esta es la razón de que algunos restaurantes ofrezcan hamburguesas de 100 euros, o perritos calientes de 60. A su lado, un solomillo por “solo” 40 euros nos parece una ganga. Para aumentar las ventas de un producto no hay nada como poner al lado una versión de lujo y carísima de ese mismo objeto: de pronto, un precio que sin contexto nos habría escandalizado nos parece mucho más atractivo. Y el comerciante ha vuelto a jugar con nuestra percepción en su beneficio.

Incluso la primera cifra de un precio actúa como “ancla”. Por eso hay tantos precios acabados en 9. Porque 29,99 para nuestra mente no es “prácticamente 30”, sino “veinte y pico”: casi 10 euros de diferencia en un solo céntimo. La comparación y el “ancla” se hacen desde esa primera cifra. Y las estanterías y etiquetas acaban repletas de precios que están a uno o cinco céntimos de la siguiente decena, para aprovechar esta debilidad. Este truco de evocarnos la decena inferior con precios acabados en 9 se ha empleado tanto que hemos acabado por considerar casi mágica esta cifra. En la mente del consumidor dicho número significa rebajas, precios ajustados, el intento del vendedor por recortar el precio lo más posible. Y así, el 9 se ha transformado en una especie de código secreto, una manera de comunicar al posible cliente que uno conoce y respeta sus tendencias ahorrativas; una señal de precio mínimo. Por eso es el “9” la cifra más repetida, con mucha diferencia, en los precios de venta al público.

La comparación es nuestra forma básica de establecer precios. Por lo cual, y de modo natural, tendemos a aborrecer los extremos. A la hora de estimar precios procuramos triangular, buscar la media entre el más caro y el más barato en oferta. Como en muchas otras cosas, buscamos el “dorado punto medio” de los filósofos griegos. Claro, que eso permite de nuevo al comerciante avispado jugar con nuestra percepción alterando los términos de la comparación. Un ejemplo: modificando el plato más caro o más barato de un menú se puede conseguir atraer la atención del comensal hacia el plato que resulte más rentable al restaurante.

El olor de la injusticia.

Este truco resulta particularmente eficaz cuando en la compra existe un componente social, cuando se hace delante de testigos: porque nadie quiere parecer avaro delante de sus amigos. ¿Sabes cuál es el vino en una carta de restaurante que deja el mayor beneficio al patrón? El segundo más barato, que es sistemáticamente el que más se consume: nadie pide el más barato. El precio puede “templarse” con facilidad incluyendo en la carta de vinos un Vega Sicilia de 500 euros: los 20 euros del riojita decente que está en segundo lugar parecerán, así, un precio razonable y prudente. Y el restaurador, que es quien pone los precios en el menú, sonríe para sí.

Todas estas manipulaciones matemáticas son posibles porque nuestro cerebro estima mal las cantidades, pero sobre todo porque tenemos programado un sentido innato de la justicia. En el más literal de los sentidos, las injusticias nos huelen mal, sobre todo cuando se cometen a nuestra costa. En experimentos que analizan las áreas cerebrales que se activan durante un proceso de compra o análisis de precios, aparecen sorpresas. Cuando pensamos que nos están engañando, se dispara la ínsula, la región del cerebro que reacciona ante los malos olores, las cosas desagradables y el dolor. Al cerebro no le gusta sentirse tratado injustamente. Cuando detecta injusticia, se duele. Y al revés: cuando alguien nos ofrece lo que parece un trato ventajoso, se activan las áreas cerebrales relacionadas con el placer. Una oferta muy favorable nos sube el ánimo porque dentro de nuestra cabeza se disparan los mismos circuitos que se activan al comer chocolate y al  recibir una caricia.

Lo malo es que al cerebro se le puede engañar. Nuestras debilidades matemáticas hacen posible activar la sensación placentera (y bloquear el “hedor mental” del precio demasiado alto) incluso cuando la oferta no es tan buena como podría parecer. Si a los defectos de nuestra percepción de cantidades les añadimos, además, nuestra conocida debilidad por las buenas historias, la combinación puede resultar irresistible. Así que la próxima vez que veas un programa de la teletienda, trata de analizar cuántas de las técnicas de manipulación matemática que hemos reseñado están presentes en el discurso de los presentadores.

24 de octubre de 2012

Scientists Read Dreams



Brain scans during sleep were successfully used to decode some of the visual content of subjects' dreams
Scientists have learned how to discover what you are dreaming about while you sleep.
A team of researchers led by Yukiyasu Kamitani of the ATR Computational Neuroscience Laboratories in Kyoto, Japan, used functional neuroimaging to scan the brains of three people as they slept, simultaneously recording their brain waves using electroencephalography (EEG).
The researchers woke the participants whenever they detected the pattern of brain waves associated with sleep onset, asked them what they had just dreamed about, and then asked them to go back to sleep.
This was done in three-hour blocks, and repeated between seven and ten times, on different days, for each participant. During each block, participants were woken up ten times per hour. Each volunteer reported having visual dreams six or seven times every hour, giving the researchers a total of around 200 dream reports.
Perchance to dream
Most of the dreams reflected everyday experiences, but some contained unusual content, such as talking to a famous actor. The researchers extracted key words from the participants’ verbal reports, and picked 20 categories — such as 'car', 'male', 'female', and 'computer' — that appeared most frequently in their dream reports.
Kamitani and his colleagues then selected photos representing each category, scanned the participants’ brains again while they viewed the images, and compared brain activity patterns with those recorded just before the participants were woken up.
The researchers analyzed activity in brain areas V1, V2 and V3, which are involved in the earliest stages of visual processing and encode basic features of visual scenes, such as contrast and the orientation of edges. They also looked at several other regions that are involved in higher order visual functions, such as object recognition.
In 2008, Kamitani and his colleagues reported that they could decode brain activity associated with the earliest stages of visual processing to reconstruct images shown to participants. Now, they have found that activity in the higher order brain regions could accurately predict the content of the participants’ dreams.
“We built a model to predict whether each category of content was present in the dreams,” says Kamitani. “By analyzing the brain activity during the nine seconds before we woke the subjects, we could predict whether a man is in the dream or not, for instance, with an accuracy of 75–80%.”
The findings, presented at the annual meeting of the Society for Neuroscience in New Orleans, Louisiana, earlier this week, suggest that dreaming and visual perception share similar neural representations in the higher order visual areas of the brain.
“This is an interesting and exciting piece of work,” says neuroscientist Jack Gallant at the University of California, Berkeley, of the work presented at the meeting. “It suggests that dreaming involves some of the same higher level visual brain areas that are involved in visual imagery.”
“It also seems to suggest that our recall of dreams is based on short-term memory, because dream decoding was most accurate in the tens of seconds before waking,” he adds.
Kamitani and his colleagues are now trying to collect the same kind of data from the rapid eye movement (REM) stage of sleep, which is also associated with dreaming. “This is more challenging because we have to wait at least one hour before sleeping subjects reach that stage,” Kamitani says.
But the extra effort will be worth it, he says. “Knowing more about the content of dreams and how it relates to brain activity may help us to understand the function of dreaming.”


18 de octubre de 2012

Nobel por la memoria celular



Robert J. Lefkowitz, de la Universidad de Duke, y Brian K. Kobilka, de la Universidad de Stanford, ambos de nacionalidad estadounidense, fueron galardonados con el Premio Nobel de Química 2012 por sus estudios de la familia de receptores acoplados a proteínas G, que forman parte de las células y les permiten estar en contacto con su entorno y adaptarse a los cambios, en una especie de memoria.

Estas proteínas vienen en pares, por lo el nombre dado por los científicos es Receptores Acoplado de Proteínas G (GPCR, por sus siglas en inglés).

Así, las proteínas G son uno de los componentes biomoleculares más importantes en un organismo vivo, pues se trata de las respuestas fisiológicas que permiten percibir, sentir, interpretar y vivir el entorno en un ser vivo.

En pocas palabras, las encargadas de responder como organismos vivos ante la realidad física.

Lefkowitz empezó a usar la radiactividad en 1968 aplicada a sus estudios de biología molecular. Concretamente, acopló un isótopo de iodina a varias hormonas y descubrió, entre otros, un receptor para la adrenalina, el beta-adrenérgico, que entre otras cosas interviene en la respuesta al estrés.

En 1980, Kobilka se incorporó al equipo para aislar el gen que codificaba este receptor. Descubrieron que era similar a otro existente en las células de la retina del ojo que son sensibles a la luz (rodopsina).

De esta manera, tanto la rodopsina como el beta-adrenérgico son GPCR.
Hoy se conocen cientos de miembros de esta familia de receptores, que son sensibles a la luz, el sabor, los olores, la adrenalina, la histamina, la dopamina (neurotransmisor del placer) o la serotonina (neurotransmisor del bienestar), entre otros estímulos.

A este fenómeno, el de activar varias respuestas fisiológicas, se le llama selección funcional.
Se estima que más del 50 por ciento de los medicamentos actuales tienen como diana receptores unidos a proteínas G.

17 de octubre de 2012

El origen de los sueños es un proceso de la memoria


Son los recuerdos almacenados en la mente junto al hipocampo cerebral los implicados en la formación de sueños.
Los sueños son recuerdos que aún no se han guardado es decir, recuerdos que se dispersan por distintas regiones cerebrales antes de ser almacenados en el cerebro. Los ensueños son procesos de memoria donde recuerdos e hipocampo son los componentes cerebrales involucrados en este procesamiento mental. Todo se basa en procesos de organización de la memoria humana.
En el cerebro, los sueños son procesos de la memoria
El funcionamiento del cerebro no cesa cuando uno duerme y prueba de ello son los sueños.
Los sueños son producto de procesos cerebrales donde se ven involucrados:
  • Memoria. El hipocampo es la parte del cerebro implicada en la actividad y formación de la memoria.
  • Recuerdos. Todo lo que una persona vive a diario forma parte del origen de las imágenes oníricas que se forman durante el sueño.
El proceso del sueño se inicia cuando el cuerpo comienza a descansar. Es durante ese momento cuando la conciencia abandona el cuerpo y uno pierde la noción de que está soñando.
 El funcionamiento o proceso de la memoria durante los sueños
Los ensueños parecen relacionarse con procesos de organización en la memoria de una persona donde la memoria adquirida durante días anteriores es reorganizada para poder ser guardada a largo plazo.
“Los recuerdos que se nos quedan prendidos en la memoria durante el día, pueden aparecer 5 ó 7 días más tarde en nuestros sueños” según afirma Tore Nielsen, quien ha denominado estos recuerdos tardíos como “el efecto del intervalo de los sueños”.
La memoria humana funciona a través de la asociación de ideas lo que significa que cuanto más vinculada esté una cosa con otra, más fácil será de recordar. Historias, pensamientos, emociones, sensaciones, sitios visitados… todo queda grabado en la memoria pero en los sueños no se reflejan tal y como fueron. Estas incoherencias que se revelan en los sueños son producto de la falla cerebral al querer integrar su propia información.

Tomado de: http://blogdefarmacia.com/el-origen-de-los-suenos-es-un-proceso-de-la-memoria/