18 de marzo de 2015

Olvidar es necesario para guardar los recuerdos relevantes

Un estudio identifica el proceso por el que el cerebro elige lo que va a recordar y elimina las memorias que pueden dificultar su recuperación.

El escritor Ray Loriga decía en Tokio ya no nos quiere algo que los científicos llevan tiempo advirtiendo: “La memoria es el perro más tonto, le tiras un palo y te devuelve cualquier cosa”. Para desilusión de muchos, numerosos estudios han mostrado que nuestras memorias están manipuladas y que es posible incluso que los momentos más emotivos de nuestra vida, como el nacimiento de un hijo o el encuentro con un gran amor, no sucedieran como los recordamos. El cerebro no funciona como una grabadora fidedigna de los hechos. Como el perro tonto o caprichoso, recupera lo que quiere y, aparentemente, no lo que se le pide.

En los últimos años, en su esfuerzo por comprender los mecanismos de la memoria, la neurociencia ha descubierto algo que puede resultar sorprendente: en el camino hasta el lugar donde podemos recuperarlos, "los recuerdos provocan el olvido". La memoria funciona por asociación y cuando se trata de recuperar un recuerdo es posible que nuestro cerebro tenga que elegir entre varias memorias relacionadas que compiten entre ellas. Si uno intenta recordar un partido de fútbol, por ejemplo, habrá otros partidos que el cerebro deberá descartar para llegar a la información deseada. Algo similar sucede con las contraseñas de algunos bancos, que, por razones de seguridad, se tienen que cambiar cada pocos meses. Aunque inicialmente solo se ha de recordar una contraseña, poco a poco se solapan las viejas con las nuevas. Esto hace que en un principio, como si fuese un ordenador atestado de datos que tiene que trillar, el cerebro necesite gastar mucha energía para elegir la memoria adecuada. Sin embargo, una vez que se seleccionan las memorias relevantes y se suprimen las que no lo son, los recursos necesarios para volver a recuperar una memoria son mucho menores.

Esta semana, un equipo de investigadores de las universidades británicas de Birmingham y Cambridge ha logrado aislar los mecanismos del olvido que facilitan el recuerdo en el cerebro humano. Para lograrlo, los científicos, que han publicado su trabajo en la revista Nature Neuroscience, utilizaron un sistema de imagen por resonancia magnética (MRI) para medir la actividad cerebral cuando a un grupo de voluntarios se les pedía que recordasen memorias concretas basadas en imágenes que les habían mostrado con anterioridad. Con esta técnica fueron capaces de conocer a nivel neuronal el destino de las memorias que finalmente resultarían borradas.

Recordar hace olvidar

Durante cuatro rondas en las que se pidió a los voluntarios que recuperasen una memoria concreta, se observó cómo esa memoria se volvía cada vez más vívida mientras otras que podrían competir con ella se iban desvaneciendo. Michael Anderson, investigador de la Universidad de Cambridge y coautor del estudio, reseña que “aunque la gente piensa que el olvido es algo que sucede sin querer, esta investigación muestra que la gente tiene un papel más relevante de lo que piensa a la hora de decidir qué van a recordar”.

En un comunicado de la Universidad de Birmingham, Maria Wimber, coautora del trabajo, consideraba que estos hallazgos "tienen importancia para cualquier cosa que dependa de la memoria". "Un buen ejemplo son los testimonios de los testigos. Cuando se pregunta a un testigo que recuerde una información específica sobre un suceso, y se les pregunta una y otra vez, se podrían estar deteriorando las memorias asociadas dando la impresión de que una memoria es incompleta", afirma. "En realidad, la evocación repetida les está haciendo olvidar los detalles", concluye.


Anderson menciona también que este tipo de estudios puede enseñarnos cuáles son los procesos detrás de la memoria selectiva que hace que recordemos lo que nos conviene o incluso sobre el autoengaño. Al fin y al cabo, es posible que el perro de la memoria no sea tan tonto y, en realidad, traiga cualquier cosa y no el palo que lanzamos porque es lo que en el fondo queríamos recuperar.

Tomado de: http://elpais.com/elpais/2015/03/17/ciencia/1426594318_686244.html

Artículo: Retrieval induces adaptive forgetting of competing memories via cortical pattern suppression,

Otras reseñas: Memories Weaken Without Reinforcement, Study Finds, The New York Times.

9 de febrero de 2015

La humana costumbre de fabricar recuerdos en situaciones dramáticas

Seguramente creas que recuerdas lo que estabas haciendo cuando sucedió el atentado de las torres gemelas. Yo, desde luego, tengo un recuerdo vívido y perfecto de aquel momento. Pero eso de recordar las cosas como si hubieran pasado ayer es todo un mito.

Al menos eso es lo que revelaba un estudio de dos profesores de psicología. Ultic Neisser y Nicole Harsh lo demostraron tras hacer que sus alumnos rellenaran en enero de 1986 un formulario sobre cómo habían oído la noticia de la explosión del Challenger, qué estaban haciendo y con quién estaban. Dos años y medio más tarde los alumnos se someterían exactamente al mismo cuestionario, pero esta vez con una nueva pregunta: cómo de seguros estaban de ese recuerdo que mantenían del suceso.

Sobre una puntuación máxima de 5 (totalmente seguros), la media para los alumnos que rellenaron el formulario era de 4,17. Pero al comparar estos formularios con los que habían rellenado dos años y medio antes, la fidelidad de esos recuerdos era, como poco, mediocre. La mayoría de los alumnos puntuaron con un 3 sobre 7 en esa fidelidad de los recuerdos, pero una cuarta parte sencillamente puntuó con un cero: lo que recordaban dos años y medio después no tenía nada que ver con sus recuerdos del día siguiente.

La memoria emocional nos traiciona

Años después Elizabeth Phelps retomó el trabajo de Neisser y Harsh y comenzó a trabajar en el estudio de la memoria emocional. La combinación de esos resultados con la neurociencia de esta memoria le ha permitido explorar la forma en la que funciona la memoria, y porqué funciona como lo hace.

Según sus conclusiones, los recuerdos de sucesos emocionales difieren de forma sustancial sobre los recuerdos de sucesos convencionales. Los detalles centrales de esos sucesos emocionales están claros, pero no lo que les rodeaba y sobre todo las circunstancias que rodeaban al que los recuerda. Aunque confiamos mucho en ese recuerdo que tenemos del suceso emocional, nos equivocamos.
Phelps ha descubierto cómo la relación directa entre la amígdala cerebral y el cortex visual hace que nuestros ojos presten especial atención en momentos especialmente emocionantes. Miramos con más detenimiento, estudiamos y observamos, algo que hace que el hipocampo -donde la memoria se forma y consolida- tenga un rico conjunto de datos con los que trabajar.

Cuidado con lo que recuerdas, pero sobre todo con cómo lo recuerdas

Phelps trabajó con otros dos investigadores -Lila Davachi y Joseph Dunsmoor- en un experimento que tratara de explicar de forma más detallada el proceso asociado a esa memoria emocional, algo de lo que hablábamos recientemente en XatakaCiencia. Mostró a una serie de estudiantes un conjunto de imágenes de animales y herramientas. Esas imágenes tenían pocas probabilidades de despertar algún tipo de emoción, pero en un segundo conjunto de imágenes, tras una pausa, se añadió un elemento más: un pequeño impulso eléctrico se comunicaba a los estudiantes que observaban las imágenes.

Lo curioso del experimento es que estos estudiantes no solo recordaban de forma más vehemente las imágenes en las que se había activado ese pulso eléctrico: también recordaban esas mismas imágenes de la serie anterior: la memoria de esa primera serie se había mejorado tras la segunda. Pero es que además de ello, ese efecto de memoria mejorada apareció tras 24 horas, el tiempo que esos recuerdos necesitaron consolidarse. "Resulta que las emociones mejoran la memoria de forma retroactiva", comentaba Davachi, "tu mente logra recolectar de forma selectiva otras cosas similares que han ocurrido anteriormente".

Este descubrimiento tiene implicaciones a todos los niveles, pero por ejemplo está clara su relevancia en temas como los juicios en los que interviene un jurado que tiene que confiar en la memoria de un testigo. "Las implicaciones de confiar en nuestros recuerdos y hacer que otros confíen en ellos son gigantescas. Cuanto más aprendemos sobre memoria emocional más nos damos cuenta de que no podremos decir lo que alguien podrá o no recordar dadas una serie de circunstancias", indicaba Phelps. "Lo mejor que podemos hacer es ser cautos: a menos que se esté hablando de la parte fundamental de esa recolección de eventos, tendremos que asumir que nuestra confianza es errónea. Lo cual será cierto la mayoría de las veces".

Este estudio se une a otros ya tratados por nuestros compañeros de XatakaCiencia en los que se explica cómo nuestros recuerdos son falibles, cómo parece posible transformar recuerdos malos en buenos, o cómo podríamos incluso eliminar selectivamente recuerdos especialmente dolorosos si quisiéramos. El cerebro sigue siendo un gran misterio, pero poco a poco vamos conociendo más detalles de cómo procesos como el de la memoria funcionan.

Tomado de: http://www.xataka.com/otros/la-humana-costumbre-de-fabricar-recuerdos-en-situaciones-dramaticas

Artículo de referencia: Dunsmoor, J.E., Murty, V.P., Davachi, L. & Phelps, E.A. (2015). Emotional learning selectively and retroactively strengthens memories for related events. Nauture,
  • Doi:10.1038/nature14106

    23 de enero de 2015

    Evocaciones fantasiosas

    Los niños, por su forma de aprender, generan más recuerdos falsos que los adultos.

    Según el saber popular, los niños son testigos poco fiables, pues a menudo «recuerdan» cosas que no han ocurrido. Sin embargo, un amplio conjunto de investigaciones han indicado que son los adultos quienes generan más recuerdos falsos. Un estudio reciente ha dado una vuelta más de tuerca: revela que los unos son tan propensos como los otros a generar recuerdos falsos, pero destaca a los más pequeños. Es posible que los métodos de investigación utilizados hasta ahora no fueran adecuados.

    Por lo común, los investigadores presentan a los probandos una lista de palabras (por ejemplo, «lágrimas», «pena» y «llanto») que se encuentran temáticamente vinculadas con otra que no aparece en la lista (en este caso, «llorar»). Después les preguntan qué palabras recuerdan. Por lo general, los adultos mencionan la palabra ausente («llorar») con mayor frecuencia que los niños, posiblemente, porque sus experiencias vitales les facultan para establecer con mayor facilidad asociaciones entre conceptos, según explica Henry Otgaar, psicólogo forense de la Universidad de Maastricht y coautor del trabajo publicado el mayo pasado en Journal of Experimental Child Psychology.

    En lugar de recurrir a listas de palabras para investigar falsos recuerdos, Otgaar y sus colaboradores mostraron a los probandos fotografías de diversas escenas, entre ellas, un aula, un funeral y una playa. Tras un breve descanso, preguntaron a los participantes si recordaban haber visto determinados objetos en cada foto. En los tres experimentos, los sujetos de siete u ocho años de edad afirmaban haber visto elementos que no aparecían en las imágenes con mayor frecuencia que los adultos.

    Estudios anteriores han revelado que los niños tienden a basarse en la esencia de un recuerdo cuando realizan inferencias sobre él. Si ven un aula escolar pueden suponer que también vieron lápices, porque en las clases suele haberlos. Este proceso de identificación de regularidades facilita el aprendizaje durante el crecimiento. Los adultos, en cambio, apelan más a la rememoración de detalles concretos para reconstruir una escena. Es probable que el nuevo estudio, al recurrir a imágenes en lugar de a listas de palabras, refleje mejor cómo se producen los falsos recuerdos en la vida real. Después de todo —explica Otgaar— la experiencia del mundo que tenemos suele ser visual.

    Los autores señalan que el hallazgo puede ayudar a encontrar testimonios más fiables, tanto de niños como de adultos, pues leves cambios en la formulación de las preguntas podrían modificar lo que recuerdan los testigos. Al dirigirse a niños, por ejemplo, los letrados deberían evitar darles pistas para incitar su recuerdo, o ser demasiado descriptivos en sus expresiones, pues podrían provocar la activación del sistema de formación de regularidades y favorecer, con ello, la generación de recuerdos falaces.

    Otgaar, H. et.al. (2014). The production of spontaneous false memories across childhood. Journal of Experimental Child Psychology, 121: 28–41.

    Tomado de: http://www.investigacionyciencia.es/revistas/mente-y-cerebro/numeros/2015/1/evocaciones-fantasiosas-12757?utm_source=boletin&utm_medium=email&utm_campaign=Psicolog%C3%ADa+y+neurociencias+-+Enero



    14 de enero de 2015

    La evolución humana en el cerebro del homo sapiens

    El precúneo, uno de los principales centros de integración neuronal y la parte del cerebro humano involucrada en procesos de memoria, procesamiento visio-espacial, ha modificado su forma durante miles de años y ha influido sensiblemente en la organización espacial de los hemisferios cerebrales.

    Sus cambios a lo largo de los años, han sido tantos y tan importantes que esta parte del cerebro es considerada como la clave de la evolución cerebral del “homo sapiens”, tal y como concluye un estudio científico que se acaba de publicar en la revista Journal of Anatomy y que analiza los cambios en la geometría de esta áreas parietal profunda.

    El artículo se basa en un estudio realizado por Emiliano Bruner, responsable del Grupo de Paleoneurología del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana (CENIEH), junto a investigadores de las universidades Autónoma y Complutense de Madrid y de la Universidad de Maastricht.

    Emiliano Bruner explica que este patrón de ampliación parietal ha caracterizado la evolución del cerebro en nuestra especie y “es muy interesante saber que sigue siendo un componente importante de la variabilidad moderna”.

    Bruner precisa que las funciones cognitivas asociadas al precúneo contribuyen a integrar las informaciones cerebrales internas con las informaciones ambientales externas y representa, por tanto, un nudo importante para los procesos que generan autoconciencia y mente.

    En esta misma área cerebral se localizan también los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer, lo cual hizo proponer a Emiliano Bruner y a la neuropsicóloga Heidi Jacobs, del Instituto Alemán de Neurociencia y Medicina de Jülich, en un trabajo publicado en 2013, una hipótesis para interpretar la neurodegeneración asociada a esta patología en clave evolutiva.

    Años de investigación

    Hace diez años, Bruner, entonces en la Universidad La Sapienza (Roma), publicó los primeros análisis geométricos de la forma cerebral en el género Homo, evidenciando que la característica principal de nuestro cerebro es la ampliación de las áreas parietales, que ocupan la región posterior y superior del cráneo.

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    En los años siguientes se descubrió que esta geometría cerebral 
    se alcanza en las primeras etapas de vida después del parto, 
    en un estadio de desarrollo que está ausente tanto 
    en chimpancés como en los neandertales.
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    También se descubrió que estas áreas representan un nudo fundamental en la organización de las redes del cerebro y que tienen tipos de células diferentes de los otros primates.

    Además cumplen un papel fundamental en los procesos asociados a la inteligencia, relacionadas con las capacidades de simulación y de imaginación.